La ciudad es el escenario, el arma y el cadáver en el crimen de la burbuja inmobiliaria y urbanística, la materia prima del proceso especulativo.
De ese proceso se alimentó el sistema financiero; a través de tasaciones y presupuestos que multiplicaron por tantísimo el valor verdadero del suelo bajo nuestros pies (transformado en producto), y por tanto el capital financiado y de sus intereses. Así nos secuestraron el futuro, y en ese futuro estamos. A las familias a través de la compra de vivienda, y a las instituciones públicas a través de la financiación de megalómanos proyectos de infraestructuras y equipamientos. Con la gravedad, en el primer caso, de que el bien con el que se especula es de primera necesidad, y en el segundo, de que –por mucho que se pueda prescindir del megalómano objeto– lo que queda secuestrado a través de la deuda pública es el futuro público, el común. Si además añadimos el cambio del artículo 135 de la Constitución, para priorizar el pago de la deuda al tiempo que limitar el déficit, tenemos una situación de vampirización y explotación del esfuerzo individual de la gente, y del común y público, por parte de un sistema financiero que ahoga la gallina sin el más mínimo sentido común (ni de lo común).
En lo económico, explotación de la ciudad por parte de la gestión pública y la gestión privada. En su expresión física, la urbs, sufrió la explosión: la falacia del «A más suelo urbanizable, más barato» sumada a la de «Viva a cinco minutos del centro (en coche)» nos ha dejado un desarrollo metropolitano incoherente e ineficaz en todos los sentidos, con gravísimos problemas de accesibilidad a los recursos y equipamientos más básicos, al derecho a la ciudad en definitiva, y que se nos esconden en forma de problemas de movilidad, que tratamos de resolver con más infraestructuras cuyo consumo de suelo y recursos aumentan aún más la explosión y las distancias, y la inhabitabilidad de nuestros espacios urbanos. La combinación de ambas (explotación especulativa y explosión espacial de la ciudad) nos deja la paradoja sangrante de miles de viviendas vacías, a menudo en lugares donde nadie podría razonablemente vivir porque no tienen acceso a los recursos y servicios básicos, y de miles de personas sin vivienda. En toda esta situación, los ayuntamientos se han financiado de la propia actividad urbanizadora y constructora, y, siendo responsables de su planificación, la dimensionaron en relación a las posibilidades y expectativas de ingresos, no a las necesidades reales de suelo para urbanizar, convirtiéndose en cómplices del proceso.
En Granada, este proceso se viene a sumar a siglos de concentración de la propiedad y la capacidad de decisión sobre el desarrollo urbano en manos de unos pocos con nula consideración de las necesidades y los derechos de la mayoría. El tejido residencial en Granada es de tradición rentista, y al hacinamiento en los barrios históricos siguió el desplazamiento y expulsión a unas periferias con generalizadas carencias en cuanto a derecho a la ciudad. Décadas de políticas de vivienda asistencialista y paternalista han terminado de minar la capacidad y el poder de transformación de la ciudad por parte de sus gentes, que con dignidad heroica alcanzan a reivindicar y resistir. En Granada –como en tantas ciudades y pueblos– no se ha hecho urbanismo, sino especulación urbanística, que no es lo mismo. Los planes han sido instrumentos de disección y venta del producto «suelo urbanizable», y no de adecuada ordenación en el territorio de los usos necesarios para satisfacer las necesidades de la sociedad.
Por otra parte, cada vez nos va quedando menos suelo para producir lo que necesitamos: alimentos fundamentalmente, pero también todo lo demás, porque la producción en la economía real requiere espacio, territorio, recursos naturales. Pero de esa falta ni tan siquiera nos damos cuenta todavía, porque casi todo lo que consumimos viene de muy lejos. Y acá otra paradoja sangrante: importamos la mayor parte de lo que consumimos, la energía incluida, pero aquí tenemos un paro galopante. Y de nuevo en Granada, la situación es de paradoja sangrante, cuando en la Vega tenemos los suelos más fértiles y las mejores condiciones de riego y climáticas de Europa.
Nos quedan las economías familiares y públicas secuestradas, tejidos urbanos insostenibles e ineficientes, un territorio arrasado y desconectado. Pobreza material, carencia del derecho básico a la vivienda y la ciudad, ¿cómo es posible en Granada, con su riquísimo patrimonio urbano, ambiental y cultural? Sólo se explica por la ineficacia, la desidia y la corrupción en la gestión de la ciudad. Durante décadas se ha mirado afuera, a las inversiones estatales en infraestructuras que nos «conecten» a la riqueza que viene (inversión privada internacional, turismo masivo), cuando nuestra riqueza está aquí, y la solución está en emplearla de forma inteligente y equilibrada para la satisfacción de nuestras necesidades. Y lo demás, vendrá a visitar y compartir nuestro buen vivir. Durante décadas se ha tratado de defender que la consideración de los límites ecológicos, la observación de los derechos humanos y la atención a los más vulnerables era un freno al desarrollo económico. Y sin embargo aquí estamos: la crisis es económica, ambiental y social.
La crisis es única, porque es ecosistémica, y en este punto de inflexión tenemos la oportunidad de optar por la solución ecosistémica: relocalización de la producción de bienes y servicios, priorizando la de los bienes de necesidad básica y los cuidados, para una economía sólida. Localización en todos los sentidos: ubicación, recursos empleados, gestión y financiación, atendiendo a completar los ciclos metabólicos urbanos en armonía con los naturales que los nutren, a la escala menor óptima en cada caso, para lograr la autosuficiencia conectada de manzanas, barrios, ciudad y región.Esta transformación del modelo urbano, social, cultural y productivo, hay que articularla y pensarla globalmente, pero se ha de aplicar a escala barrial, local, municipal y –en el caso de Granada– metropolitana. El municipalismo pone las instituciones locales y próximas al servicio del bien común, y concretamente, la planificación y gestión urbanas, que constituye la más amplia y directa competencia local. La que ha sido el arma del crimen, ha de ser su reparación. Entre todos, podemos obtener el diagnóstico y la comprensión de las causas, y tenemos también la conciencia y el conocimiento de la ciudad viva que puede ser Granada. Tenemos el objetivo: la transformación de la ciudad de Granada en una ciudad habitable y amable, cómplice y simbiótica con los ciclos naturales.
Cada parte de la ciudad sufre de forma particular las consecuencias de la ineficacia y la perversión del modelo; el gobierno local consiste en la puesta en común de los problemas, los análisis, los recursos y los objetivos. Para esa puesta en común, debemos poner en práctica los métodos (transparencia, participación) y poner el bien común (la efectiva realización de los derechos humanos) como objetivo de la política y la gestión pública. Transparencia, participación y derechos humanos deben constituir el proyecto municipalista para la gestión urbana de la ciudad, para devolvernos a la gente el poder y la capacidad de construir la ciudad que necesitamos cotidianamente.
Necesitamos un cambio urgente en el modo y enfoque en la gestión de la ciudad y en su planificación. Puesta inmediata de la mira en los objetivos primarios: orientar los recursos urbanos y territoriales, que será lo que cree riqueza real (y no de forma indirecta y externa). Necesitamos construir una visión común, mediante la práctica de la transparencia y la participación, que nos permita democratizar el conocimiento de los problemas y los recursos comunes disponibles, y el poder de decisión y acción. Necesitamos construir los canales y los métodos para la articulación del conocimiento y la perspectiva que desde el estudio, el análisis y la vivencia cotidiana tengan los distintos grupos y personas implicadas y afectadas en la construcción cotidiana de la ciudad, y en especial a los más vulnerables, cuya vivencia de la ciudad es el mejor indicador de la salud y aptitud urbana para el desarrollo de la buena vida: empecemos por niños y ancianos, porque tienen la mayor capacidad creativa, de visión nueva, y la mayor experiencia acumulada.
Para ello, tenemos que ser innovadores en los métodos, empleando las herramientas y metodologías desarrolladas en las experiencias (aún escasas) de diagnóstico urbano y planificación participativos. Y originales (de vuelta al origen) en nuestros objetivos como sociedad, recordando los de la tribu que se agrupa para ser más eficaz en la gestión de los recursos, y también para cuidarse mutuamente, y en especial a los más vulnerables, que son en realidad nuestra mayor fortaleza, y por quienes se mide nuestro nivel de humanidad.
Ruego que se publique la identidad de quien escribió este texto… creo que es importante saber qué dice quién. Y entre otras razones, quiero conocer la autoría de esta entrada porque me gustaría agradecer la claridad en la exposición, el análisis complejo y riguroso, la visión de ciudad que Granada no se puede perder. Y ya, de paso, pedirle que se presente a las primarias, yo quiero a esta persona en el Ayuntamiento de Granada.
Mi más sincera y emocionada enhorabuena!
Abrazos
Acertadísimo artículo…yo pongo en alza el decrecimiento…quiero una Granada decrecentista y en Transición para salir de esta crisis económica ecológica y de valores en la que nos encontramos…hay que poner en valor lo local frente a lo globalizado…hay que hacer entender a la gente que se puede vivir más y mejor con menos…y para todos…austeridad voluntaria…y eso es plicable al urbanismo y a todo elproyectomunicipal en general…claro que eso no se consigue en dos días…
Un día, hablando con un granadino de unos 60 años me comentaba que, de chavea, el verano no era tan caluroso. Le pregunté porqué y me dijo que la vega refrescaba a la ciudad. No paro de imaginar esa Granada desde ese instante. Este artículo me ha hecho recordar esa ciudad que vive conectada con el ser que la habita, proporcionándole su bien estar, la ciudad que podemos construir con nuestra consciencia.
Gracias.
Un abrazo
Tengo 55 años y puedo confirmar lo dicho de la frescura que subía por la vega de susarboledas de chopos. Puedo dar fé de que en la vega había fuentes que brotaban a flor de tierra y que fueron secadas por los pozos a gran escala para utilizarlos para la construcción. Puedo dar fé que caminanabamos por el rio Monachil siguiendo alos pececitos y los cangrajos de río, llegabamos a Huetor y comprábamos las habas directamente al agricultos después de haber pasado por varias propiedades en las que se nos ofrecían, por generosidad fruta de los frutales de sus lindes. Puedo dar fé que en camino hacia la Zubia podíamos comer uvas frescas y nueces. Puedo dar fé que hemos vevido agua de las acequias de riego, ahora el rio Monachil está contaminado desde su nacimiento y la depuradora no funciona y hay edificios en la estación de esquí que sus desagües van directamente a la tierra sin más.
Me fuí a trabajar fuera ycada vez que volvía de vacaciones el olor a frescor de la ciudad de Granada, de sus jardines, de sus fuentes y de suentorno era revitalizante para los que vivímos esa época.
En las casillas bajas del Zaidín no se necesitó nunca un supermercado porque en el mercado los agricultores aledaños podían vender directamente su producto. Nos traían la miel a casa un señor con su bicicleta. Con bicicleta también venía de vez en cuando un agricultor y nos traiá la fruta de temporada, higos, nueces, caquis… el panadero también venía con su bicicleta y al que pasaba con el carro para recojer la basura (que echábamos direntamente del cubo sin bolsa) se le pagaba directamente a él.
En el mismo Zaidín había tres baquerías de las comprábamos la leche recién ordeñada todas las tardes.
No creo que podamos volver a esos tiempos pero sí creo que se les puede dar más libertad de vender sus productos a los agricultores locales (los pocos que quedan) y no sangrarlos.
Los que no tenían trabajo podían vender papas asadas, castañas y en la puerta del cine (que tan solo en el Zaidín había cinco) cuando era la época podías comerte un trozo de caña de azucar, sin conservantes ni colorantes.
Gracias a los ciudadanos que tienen la voluntad de volver a una vida y convivencia más humana y natural.