Sabemos que el señor alcalde ya se ha disculpado. Que ha explicado incluso que no pretendía ofender a nadie, y quería rectificar por ello si lo había hecho.

Lo cierto es que cuando se escuchan sus declaraciones se entiende lo que después explicó: estaba recomendando comodidad en el vestir para una celebración, y en realidad la estaba pidiendo para sí mismo. En plena ola de calor no tenía gana ninguna de tener que acudir con chaqueta y corbata según habría mandado el protocolo formal. Venía a decir ‘no vayamos muy elegantes ni muy formales que las mujeres podríais ir fresquitas, pero a mí como hombre me tocaría ponerme la chaqueta’.

Y yo (que como él dice podría ser su hija que es casualmente tocaya mía, o pongamos que su sobrina) puedo comprenderle y pensar, ‘anda que el tío Pepe, con sus esquemas estereotipados sobre el vestir…’. Y puedo además no ofenderme, porque sus palabras no lleguen a ninguna herida de mi historia personal.

Pero para esto ni el alcalde ni yo somos tío y sobrina, ni pasábamos casualmente por aquí. Somos, como todo este Pleno, representantes públicos. Y como representantes públicos nuestras palabras tienen mucho más alcance y mucha más influencia en la sociedad, pueden ayudar a superar heridas y situaciones que las causan o pueden reabrirlas y agravarlas. Así que como representantes no respondemos ante nuestras historias personales, sino ante las del conjunto al que representamos o al que llegamos, que a veces es mucho mayor. Y nuestro deber de representantes por tanto tener conciencia y conocimiento de esa historia y ese contexto en el que hablamos.

Como representantes públicos tenemos la responsabilidad de no ofender con nuestras palabras, y también la de mejorar la sociedad en lo posible con ellas, en un equilibrio entre ser capaces de expresar lo común y ser avanzadilla en su progreso ético.

El alcalde empleó un lugar común, es cierto. Un lugar común que está en gran parte del subconsciente colectivo, como un chascarrillo, una recetilla o un refrán.

Como representantes públicos, cuando reproducimos ‘lo que dice todo el mundo’, lo que podría ser el subconsciente colectivo, lo amplificamos, contribuimos a que se perpetúe y se consolide. Así pues, debemos analizar bien antes de reproducir lugares comunes.

En este caso, el primer problema es que se trata de un lugar común que proviene de la diferenciación entre personas por razón de género, que recordemos que es algo que expresamente rechaza la propia Constitución. Y, aunque nos pueda parecer que se refiere a algo trivial como es el vestir, el hecho es que el vestir y los juicios alrededor de ello es algo que afecta a cuestiones tan importantes como la identidad, la expresión y la libertad personales.

Pero además nos encontramos con que esa diferenciación se da en un contexto de desigualdad de derechos y de poder, no teórica, sino efectiva, entre hombres y mujeres, especialmente respecto a sus cuerpos y a su aspecto. Sí, todavía.

¿Nos hemos preguntado por qué los titulares y las reacciones mayoritarias se referían a la parte de su afirmación que se refería a las mujeres? ¿Por qué no ha surgido un lema pro-liberación masculina exigiendo que el alcalde se retracte de su afirmación de que para ir elegante un hombre debe tapar su carne? ¿Por qué tendría un hombre que taparse para ser elegante? ¿Algo de qué avergonzarse?

Podemos pensar que los hombres están aún más profundamente reprimidos y sometidos, tanto que sólo minoritariamente son conscientes. Bueno, es una posibilidad.

Pero lo cierto es que las heridas que ha tocado están del otro lado, del lado de las mujeres, y muchas siguen abiertas.

Porque aunque sus palabras se referían a la elegancia femenina y masculina, el hecho obvio es que han sido las referidas a las mujeres las que han llamado la atención, y también las que han dolido y ofendido, tanto a hombres como a mujeres.

Y eso es porque, en nuestra historia y en nuestro contexto, son las mujeres quienes mayoritariamente han sido y aún son a menudo juzgadas en toda su valía por su aspecto físico, por sus cuerpos, en una peculiar metonimia de tomar la parte por el todo.

A esto se suma –no casualmente– que la discriminación y distinción hombre/mujer alcanza todavía a las condiciones laborales, a la dificultad para acceder a un empleo, y a que por ser mujer se cobra un 30 % menos por el mismo trabajo. Afecta aún a la distribución de las tareas, son aún mayoritariamente las mujeres quienes se hacen cargo de los cuidados y de las tareas domésticas, de los empleos más duros y peor pagados. Sí, todavía.

Son muchas las personas que han logrado dejar atrás estás situaciones y su heridas, pero está claro que son muchas también las que no. Son las mujeres quienes siguen estando en mucha mayor medida que los hombres en situaciones de inferioridad o debilidad respecto al poder.

El deber de las instituciones es atender en cada cuestión a quienes son más vulnerables y sensibles a ella, por derechos humanos y civiles y porque son como el canario en la mina, son el síntoma visible de un problema que en realidad nos afecta a todos.

Y es también el deber de los representantes tener el mapa social por el que transitan nuestras acciones y nuestros discursos. Completarlo y actualizarlo continuamente, para no meter la pata ni pisar callos, que nuestros pies de representantes tienen mucho alcance.

Es por todo ese contexto de desigualdad feroz en perjuicio de las mujeres, por lo que las palabras del alcalde, sin él tener intención alguna, han ofendido a tanta gente, y han tenido tal repercusión.

Y es que no ofende quien quiere sino quien puede, incluso sin querer. Y el alcalde y todos nosotros como representantes tenemos ante todo ese poder, y debemos asumir su responsabilidad.

Quienes se ofendieron perdonarán la ofensa de José Torres Hurtado, pero este Pleno no puede caer en la tentación de quitarle importancia al efecto de sus palabras por su intención.

Porque reprobables fueron las palabras del alcalde, pero reprobable es también no haber sido consciente del contexto, no saber que iban a ofender. En este caso no es suficiente con el imperativo categórico kantiano. No sólo es éticamente reprobable un acto en función de su buena o mala intención. Como representantes, tenemos la responsabilidad política de prever y conocer sus efectos, y actuar en consecuencia.

Tampoco podemos caer en la tentación de justificarlas por el contexto cultural y social. Que las paradas de autobús, las televisiones y los periódicos estén llenos de imágenes de cuerpos femeninos como reclamo publicitario para vender tal o cual cosa es más bien un agravante. A alguien que ‘pasaba por allí’ se le puede justificar por ello. Al alcalde no, porque su deber es precisamente contribuir desde su posición y sus medios a cambiar eso. Y uno de sus medios es la palabra.

La buena noticia es que el poder que como representantes tenemos para la ofensa, aun no intencionada, lo tenemos para repararla.

Y eso es lo que desde Vamos, Granada queremos proponer. Que el conjunto del Pleno del Ayuntamiento asumamos la reparación de este error. Si su origen está en que el alcalde no sabía que pudiera ofender con estas palabras, deberemos aprender y comprender todos por qué lo ha hecho, para que no vuelva a ocurrir. Para que aumentemos nuestro conocimiento, nuestra conciencia y nuestra capacidad como representantes.

El primer paso, un reconocimiento institucional del contexto social e histórico que causa la ofensa.

Y a continuación, tomar medidas para que las c

Estas medidas deberían ir encaminadas a

  • mejorar nuestros mapas de Granada: no los de sus calles, plazas, edificios, sino los de las personas que las habitan y de sus situaciones de desigualdad y vulnerabilidad, para no repetir errores institucionales.
    • Hagamos un diagnóstico específico de la situación en Granada, publiquemos, estudiemos.
    • Celebremos unas jornadas de reflexión y formación sobre género, libertad, identidad. Asistamos los corporativos.
  • y también a contribuir a paliar esas situaciones:
    • Hagamos un diagnóstico de la comunicación y la publicidad en los medios granadinos, especialmente la que albergan soportes públicos, con una propuesta de vigilancia mediante organismo independiente cuyos informes sean vinculantes.
    • Doblemos el presupuesto de igualdad.

Si además es el alcalde quien las lidera, la reparación será doble.

Sin miedo, alcalde, le seguiremos en ello. No perdamos el aprendizaje que albergan los errores.